Han pasado 16 años desde que comenzó mi camino en la costura, como muchas, nació en una mesa, de forma autodidacta, en la esquina de la casa de mis Papás. Con retazos de ilusión, telas sobre el comedor. Asi desarrollé mi marca de vestuario homónima durante 8 años... transitando ese camino decidi buscar mi vocación y fue así como desde el 2016 decidí comenzar a enseñar, el taller fue en el living de mi casa, una mesa compartida con la vida cotidiana, fue adaptarse, improvisar, aprender, volver a empezar.
Pero también fue una escuela que creció gracias a ustedes: cada alumna que confió, cada proyecto que tomamos con cariño, cada clase con risas, dudas, logros y errores.
Y como todo camino real, no estuvo exento de baches:
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La soledad del trabajo independiente, que a veces se siente más pesada que la tela gruesa.
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El cansancio de hacer de todo, desde barrer el espacio hasta pensar campañas.
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Los miedos: ¿será momento de crecer?, ¿dejar la casa?, ¿arriesgarme a lo nuevo?
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Las pausas obligadas, cuando la energía no daba y la creatividad se escondía.
Pero también hubo luces:
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Alumnas que llegan con emoción y se van empoderadas.
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Proyectos que nacieron de un “¿y si lo intentamos?”
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Equipos que se han sumado con el mismo amor por la costura.
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Y sobre todo, la certeza de que cuando se cose con el corazón, los sueños también se transforman en realidad.
Hoy, con muchísima emoción, les cuento que tenemos nuestro propio estudio.
Firmé por un espacio físico, tangible, es la nueva casa de Manos a la Aguja.
Un lugar donde seguiremos creando, enseñando y aprendiendo juntas.


Este paso no lo doy sola: lo doy con ustedes, porque han sido parte fundamental de esta historia.
Las puertas están abiertas para que vengas a conocerlo, a vivirlo, a habitarlo conmigo.
¡Gracias por ser parte de este camino, con sus curvas, sus costuras, sus remates… y su belleza!
Con el corazón lleno,
Patricia Alejandra.